LA SEÑAL
Era la primera vez que mi Señora me negaba el orgasmo.
Más concretamente me posponía el orgasmo.
La tarde anterior, en nuestra habitual charla en MSN me denegó el permiso para que me aliviara de la carga erótica acumulada durante la excitante conversación. La orden era muy precisa: no habría orgasmo hasta la mañana siguiente.
Tendría que sorberme el deseo y aparcar mis intenciones.
Ya por la noche, después de darle las consabidas buenas noches y de desearle felices sueños eróticos, me dispuse a llevar a cabo Sus concretas instrucciones que consistían en ponerme unas pinzas en los pezones durante no más de veinte minutos y conseguir mantener mi sexo húmedo y excitado todo el tiempo posible.
No me costó, evidentemente, una vez metida en la cama, con las pinzas enhiestas apretando mis pezones, conseguir que mi clítoris, no sólo se humedeciera, sino que empapara sin remedio todo mi pubis. Eran las 00:58 de la mañana y empezaba para mí una larga noche. Noche de deseo y desesperación por tener que pasarla en un alto grado de auto erotización sin poder llegar al clímax reconfortante.
Mi mano, en mi mente guiada por la Suya, se deslizaba suavemente bajo las sábanas, acariciando a veces, golpeando otras, mi sexo a sabiendas de que era esa infructuosa excitación la que mi Señora quería que yo padeciera.
La primera vez que miré el despertador para comprobar que no me alargaba en el tiempo dispuesto para aguantar las pinzas en los pezones, me di cuenta de que me había excedido y lo había sobrepasado en quince minutos.
Acongojada por mi desobediencia, ya sin las pinzas, me hundí en la almohada y, tal vez por puro agotamiento, tal vez por el efecto de la pastilla para dormir que mi Señora había insistido en que me tomara, me quedé dormida…
A las 02:07 desperté sobresaltada y sin pensarlo estiré el brazo y volví a ponerme mis adoradas pinzas y volví, siempre guiada por la mano de mi Señora, a llevar la mía hasta mi sexo. Lo froté, lo golpeé cada vez con mayor fuerza e intensidad hasta que pasaron los veinte minutos de rigor que marcaban el fin del castigo de mis pezones.
Lo mismo ocurrió a las 03:58.
Cada vez que me despertaba, tenía la sensación de que era mi Señora quien lo hacía para que reanudara mis tocamientos y no hubiera tregua en mi castigo. Las sábanas eran Su piel y Su roce con mis doloridos pezones incrementaban mi turbación y elevaban mi frustración por no poder descargar mi excitación.
Cuando desperté a las 06:07, sabía que no me quedaba mucho para satisfacer el deseo que me mantenía en ese estado de vigilia y volví a castigarme un poco más los pezones tal y como era mi obligación. La mano, inmediatamente húmeda, paso a estar mojada en cuestión de segundos y seguí con mi frenético impulso hasta que volví a caer rendida.
Las 07:50. Tenía que estar a punto de amanecer, lo deseaba fervientemente, mi cuerpo lo necesitaba, mi mente también. Sabía que quedaba poco tiempo para cumplir felizmente la pena impuesta por mi Señora, así que no lo dudé un momento y me puse, como era de rigor, las pinzas en mis ya resentidos pezones.
La satisfacción por el dolor que me produjo, pero sobretodo porque había sido del todo obediente con las instrucciones de mi Señora, recalentaron mi vientre y me dispuse a llevar todo mi cuerpo al máximo estado de excitación posible.
Así, casi sin respiración, temblorosa y jadeante, me pareció que la gris luz de la noche adquiría tonos azules y, deseosa me levanté y subí ligeramente la persiana. Efectivamente, amanecía pero, aún más, era un blanco amanecer. El silencio de la noche había traído una copiosa nevada y todo estaba cubierto por un manto blanco.
Era la señal…así tenía que amanecer mi vientre… Sabía perfectamente lo que tenía que hacer, había llegado, por fin, el momento.
Como la perra en celo que soy, me cobijé bajo las sábanas, aún calientes, para que mi Señora, mi Ama, guiara mi mano…