Respecto a la introducción
Bueno, empezamos, sólo con la introducción ya hay materia para llenar libros de psicología. En este caso, a diferencia del tostón cincuenta veces sombrío, la violenta experiencia infantil de la protagonista es real. ¿Es un tópico el haber sufrido malos tratos en la infancia para desarrollar una tendencia sumisa? ¿O, como dice la autora, es más determinante poseer una naturaleza que “dista mucho de ser la de una guerrera” que es incapaz de “oponer crueldad a la violencia”?.
Me resulta muy interesante la reflexión que hace respecto a que ella acaba aceptando los castigos como un acto de amor, porque no concibe que provengan de alguien que se supone que debe amarla: mi padre me ama, mi padre me pega, ergo, pegarme es un acto de amor de mi padre. Es un razonamiento clásico, aunque pueda proceder de una premisa falsa o viciada. El quid de la cuestion es que identifica el sentimiento de sumisión como una expresión de amor…hala, ¡más ríos de tinta!.
Es evidente que la educación, más o menos severa, recibida en la infancia nos condiciona de adultos, pero además creo hace falta una componente genética. ¿Por qué algunos niños que han recibido una educación severa y exageradamente represora devienen en comportamientos sumisos y otros en comportamientos dominantes?. En mi caso, mi educación fue casi casi victoriana, con un padre nacido en la época de la 1ª Guerra Mundial, en una estricta familia de espíritu alto-burgués provinciano totalmente decimonónico, aumque nunca recibí un castigo corporal severo (aunque sí mucho machaqueo con el tema del deber y la responsabilidad).
Por supuesto, el caso de la autora no es extrapolable a todos, pero creo que es la confirmación de esa sombra de “malos tratos” que sobrevuela nuestra forma de sentir la sexualidad y las relaciones y que provoca ese hálito de rechazo entre los profanos.
Me resulta curioso ese mecanismo de “mistificación” que no sé si ella lo decide llevar a cabo de manera consciente o si es fruto de una justificación, o racionalización posterior. Ese punto de inflexión en el que la humillación pasa a ser tomada como un acto de amor, y el sometimiento como una forma de contestar y al tiempo controlar… ¿es una decisión consciente? ¿O es una justificación posterior a un comportamiento que nos extraña y que intentamos justificar?. Ella dice “me resigné a mi suerte porque elegí ésta con absoluta libertad”, ¿no es esa frase una contradicción en sí misma?.
Desde luego, con semejante introducción, Vanessa me ha ganado como lector; se puede decir que ella ha creado todo un edificio racional para justificar sus sentimientos, en beneficio de su propia cordura o equilibrio interior, de forma bastante sincera y valiente, aunque, en mi opinión, revela una gran preocupación por comprenderse, por mucho que dé a entender que se acepta y que está en paz consigo misma.