Después de mi pequeña odisea con la tecnología, logré el objetivo y pude ver de nuevo la que muchos consideran obra maestra de Hitchcock.
Pese a no ser mi primera vez, apenas recordaba algunas escenas que no tenían demasiado sentido y que fueron uniéndose a medida que avanzaba la película.
Al comienzo me he descubierto “tensa”, como si me estuviera examinando, diseccionando cada pequeño detalle, esperando descubrir algo, ese “algo” que se supone que debo conocer de antemano, temiendo no localizarlo y, por tanto, no merecer mi “rinconcito”. No ha sido sino hasta llegar a la mitad de la historia cuando he podido disfrutarla algo más.
Por poco conocimiento que se tenga sobre sexualidad, es innegable que el film está plagado de fetiches, además de una exquisita elegancia, sensualidad y por encima de todo, de obsesión. La obsesión que un atormentado protagonista siente por una mujer inalcanzable y la obsesiva transformación a la que somete a quien pretende construir a imagen y semejanza de la que trágicamente ha perdido.
Lo cierto es que la actitud del inicio de Scottie, poco tiene que ver con el exigente dominante en el que se transforma que, sin atisbo de compasión moldea a la mujer hasta convertirla en una copia de Madeleine. Una mujer que poco tiene que ver con la de su recuerdo.
Es curioso observar cómo Judy lucha contra su orgullo, cómo va claudicando y anteponiendo los deseos del hombre que ama para que éste la acepte. Es un proceso duro. No le resulta nada sencillo y es evidente que en algunos momentos se siente otra, en lugar de ella misma, pero va aceptando los deseos de quien la dirige para obtener la aprobación que está por encima de sus propios sentimientos contrapuestos.
Me encanta la escena en la que el protagonista se encuentra cómodamente sentado en el sillón (ains, qué tendrán esos sillones que resultan tan atrayentes…), dirigiendo los pasos de la protagonista, arreglándola a su gusto. Es una escena tan natural que hace que parezca sencillo someterse a los gustos de otra persona y, por otra parte, se les ve tan felices, ambos aceptando plenamente su papel… hasta que la verdad aparece ante los atónitos ojos de Scottie que sufre un nuevo cambio en su actitud.
Es inquietante la frialdad con la que arrastra a Judy hasta el lugar de los hechos para averiguar la verdad y la premonición de ésta al intuir que ha sido descubierta y que su sueño se desvanece. No obstante, lucha por conservar su amor si bien tiene el convencimiento de que todo se ha perdido…
Me ha gustado el modo en que le saca la verdad, pese a ser una romántica y esperar el perdón divino… pero a diferencia de la vida real, aquí los “malos” pagan por sus pecados, por lo que el final era más que evidente.
Entrando en valoraciones personales, no logro sentir simpatía por Scottie. En ocasiones, me provoca lástima pero lo cierto es que no lo veo dominante, es decir, no hay duda de que impone claramente su voluntad transformando a Judy en la mujer que desea, sin embargo no coincide con la idea que yo tengo de un Dominante. Scottie me parece un personaje torturado por sus miedos que, paradójicamente logra superar para hacer justicia… pero me deja completamente fría. No me “remueve” ni un pelín
Puestos a elegir, me quedo con otra película del genial director, “Marnie la ladrona”, con un componente de dominación mucho más acorde a mis gustos y que se encuentra entre mis favoritas mucho antes de siquiera imaginar hacia donde se dirigirían mis gustos…