por GatoNegro » Vie Sep 25, 2009 5:57 pm
Pasaron unos dias en los que no se habló mas de ello pero llegado el fin de semana, con mucho tiempo libre por delante, decidí que había llegado el momento. Era por la mañana, no hacía mucho que habíamos desayunado y mi mujer seguía en pijama, un horrible camisón beige. Busqué entre sus joyas un precioso colgante que yo le había regalado tiempo atrás, se lo mostré y le conté que sería su distintivo de esclava y que una vez puesto tendría que comportarse como tal.
-¿Ahora?
-¿Por qué no?
Le ayudé a ponerselo y nos miramos. Sus ojos brillaban dubitativos y me invitaban a darle alguna orden.
En ese momento me dí cuenta que no tenía nada preparado, pero no me pareció un problema. La llevé hasta la alcoba y elegí unas prendas de su armario; camisa con cremallera, minifalda, medias y tacones, todo blanco. Le dije que se la pusiera, se maquillara y que aguardara en el salón.
Mientras yo me arreglé un poco y cogí del cajón el imprescindible vibrador, unas esposas de las malas que una vez compramos y nunca llegamos a usar, una cinta de tela, un lubricante, unos condones y me repartí las cosas por los bolsillos con el fin de que no fueran detectadas.
Volví donde ella estaba, me puse cómodo y le ordené que andara por la habitación como una modelo y que así debería andar mi esclava. Ordenaba que se detuviera, se volviera, hiciera posturas y a todo ella respondía muy servicial:
- Si, mi Amo.
Hice que se arrodillara sabiendo que es una postura muy íncomoda para alguien con sobrepeso. Mientras, yo estaba de pie frente a ella y le acariciaba el pelo:
- Buena chica, buena chica.
Pasó un minuto o dos así y mi esposa hizo ademán de cambiar de postura diciendo: - Perdona. La cogí del pelo y violentamente la coloqué de nuevo como estaba. Yo soy una persona tranquila en el trato, nunca grito y no me gusta discutir así que mi actitud pilló por sorpresa a mi "esclava".
- Perdón, mi Amo, no lo volveré a hacer.
- No es suficiente, tendré que castigarte.
Con gestos autoritarios le puse las esposas en las muñecas, detrás de la espalda, la cinta de tela en los ojos y me saqué la polla. Al oír la cremallera ella abrió la boca, preparada para chupar pero en vez de eso empecé a golpear su cara con el miembro, tan duramente como duro estaba y comprobé que esto la ponía a cien.