Año más, año menos, y entre las décadas de 1940 y 1970, tocábale a don Mario Lhermet ejercer la muy diplomática función de embajador del Reino de los Cielos en Hermigua, conocida localidad de nuestra isla de La Gomera. Don Mario era un sacerdote de los de antes, tradicional en lo social
, troncocónico en lo tocante a su anatomía, estéticamente luciendo sotana hasta para ducharse y dormir, y, naturalmente, con muy pero que muy rígidos valores sobre la sexualidad
. Pero ese conservadurismo no le impidió a nuestro párroco echar mano de las nuevas tecnologías de la época, lo que, unido a la peculiar orografía de Hermigua, le permitió poder hacer llegar sus dogmas a todos los moradores del Valle, los cuales, y a menos que se tapasen los oídos, quedaban condenados a tener que soportar las indigeribles soflamas del susodicho cura
. ¿Cómo lo lograba? Pues instalando unos altavoces en la torre de la iglesia del pueblo, de manera que, y a semejanza de los imanes que hacen lo mismo desde los minaretes de las mezquitas, lograba comerle el coco a todos los vecinos, por muy ocupados que estuviesen trabajando en la platanera. Y he aquí lo que don Mario, en un estilo que podría considerarse precursor del de Pedro Sánchez, comenzaba un monólogo en el que él mismo tomaba varios roles y se preguntaba y autorespondía acerca de aquellas cosas que entraban en el ámbito de sus competencias mundanas, y que no eran otras que perseguir, anatemizar y censurar todo aquello que pudiese ser, de pensamiento, palabra, obra u omisión, considerado como inmoral:
[Se preguntaba don Mario por los altavoces:] "¡¿Es el baile pecado?!"
[Y se respondía a sí mismo don Mario por los altavoces:] "¡No! ¡El baile es causa próxima de pecado!"
Con lo anterior quiero ejemplificar que la distinción entre pornografía y erotismo no tiene necesariamente que ceñirse a lo que pueda transmitirnos la imagen visual de una foto, una película o un dibujo, sino que puede manifestarse en cualquier faceta de la cultura humana, y de la misma manera que las 50 sombras de Grey es una novela que no tiene fotos, pero no por ello deja de ser considerada como "porno". Porque si partimos del supuesto de considerar que lo que diferencia a lo pornográfico de lo erótico es que lo primero enseña sin tapujos, mientras que lo segundo sólo trata de hacer insinuaciones, habremos de considerar que el baile también se limita a insinuar, y que lo pornográfico será lo que -precalentados por el baile- pueda suceder posteriormente.
Y no, no puedo concordar en que lo pornográfico es -siempre- mostrar gráficamente órganos genitales, porque nosotros, como buenos bedesemeros, deberíamos llegar a la conclusión de que una foto donde se muestra un Ama totalmente vestida de cuero negro, y con un látigo en las manos, es erotismo, mientras que otra foto en la que esa Dómina aparezca utilizando ese mismo látigo sobre la espalda de un infortunado (o mejor dicho
, afortunado) esclavo sería un caso claro de pornografía, y todo ello sin que se vea, ni se imagine, ni se piense en los órganos genitales de quien azota o quien es azotado. Porque yo, que soy perdidamente fetichista y romántico -y siguiendo con los ejemplos-, confieso que me seduce y me excita más pensar en estar cogido de las manos con una mujer que lleve altísimos tacones y esté toda forrada de cuero, que en estar desnudos y practicando un coito con la misma. Y ya para dar término al capítulo de los ejemplos, diré que el cuadro la Maja Desnuda de Goya podría ser considerado como pornografía por algunas personas; otras lo considerarán erótico; y otros ni se lo plantearán. Entonces, ¿quién es el juez que delimita cuándo una cosa es erotismo y cuándo es pornografía? La pregunta es incontestable, sencillamente porque se trata de algo totalmente subjetivo, relativo y cambiante según las épocas y las culturas. Lo cierto es que para determinadas personas, mentalidades y tiempos que corran, algo podrá ser considerado como pornográfico, erótico o, simplemente, nada de nada.
El problema de fondo es que seguimos anclados -como don Mario Lhermet- en tratar de establecer una distinción entre lo legítimo y lo ilegítimo, entre lo admisible y lo inadmisible, entre lo que es decente y lo que es pecado en cuestiones de sexualidad. Y es por eso que de forma más o menos inconsciente tendemos a separar lo que consideramos "bueno" y "bonito" (lo erótico) de lo que consideramos "malo" y "feo" (lo pornográfico), de tal modo que la mera mención de esas palabras ya contiene todo un juicio de valor favorable o desfavorable sobre el contenido de las mismas. ¿No me creen? ¿Exageraciones por mi parte? Hagan la prueba, y busquen algún texto donde se exalte y se haga enaltecimiento de la pornografía. Busquen a algún pornógrafo o algún pornoadicto que orgullosamente sale del armario y declara sin complejos su admiración por la pornografía. Busquen alguna asociación pornofílica o de pornocolgados, y al igual que las hay de futbolistas, de amantes de la filatelia, o de moteros barbudos. Me temo que será inútil la búsqueda, porque difícilmente habrá tal hallazgo, a menos que se trate de enganchados al porno y que, a semejanza de los alcohólicos anónimos, quieren apartarse de su "vicio". El porno viene a ser un equivalente contemporáneo a uno de esos demonios y herejes de la Edad Media, esos seres o entes maléficos en los que toda sociedad necesita encarnar la figura del mal y lo condenable, y que en la actualidad comparte el mismo nivel de rechazo, animadversión y desprecio que otras figuras de incorrección moral, como son la del que han pillado no cumpliendo con lo que cínicamente llaman "obligaciones fiscales" (cuando procurar pagar la menor cantidad de impuestos lo hacemos todos), o el deportista que practica dopaje (cuya vergüenza y escarnio público al que será sometido viene a ser el equivalente a lo que en otro tiempo le tocaba pasar a una madre soltera). Y es por eso que en los tiempos que corren alguien puede decir sin problemas que es gay o que consume "drogas recreativas", porque la censura moral que pesaba sobre ello ya se ha debilitado, pero declarar públicamente su entusiasmo por la pornografía sería considerado como una muestra de incultura, de vulgaridad, de chabacanería, y de -¡oh, expresión mágica que sirve para todo!- execrable machismo.
Yo, amparándome en el anonimato, provisto de gabardina, sombrero de ala ancha caída, y gafas de sol aunque sea de noche, estoy pensando en salir alguna inclemente, lluviosa y fría madrugada a las calles de La Laguna, para, sólo armado de un spray y mi reconocida y confesa depravación, hacer alguna pintada en las paredes, con heréticas y políticamente incorrectas expresiones del tipo "¡Viva la pornografía!" Si no me vuelven a leer en BDSMCanarias será que la guachancha, a instancias del Instituto Canario de Igualdad -vicario isleño de la mutawa saudí-, me detuvo y me envió a algún gulag para ser reeducado, o exterminado, en vista de que desde un punto de vista moral soy un caso incorregiblemente perdido e irrecuperable.
Me gusta el otoño, porque es cuando las chicas usan las botas.