Es de sumo lamentable que una página tan benemérita y de utilidad pública como BDSMCanarias no disponga de una sección dedicada al estudio del arte de la muy noble y divina Dominación Femenina desde una perspectiva estrictamente científica y profesional, lo que me lleva –muy a mi pesar – a tener que insertar las siguientes líneas en el área reservada a las presentaciones, exhibiéndome, o mejor dicho exponiéndome, con ello, a ser fácil pasto de insana lectura para desahogo libidinoso de la muy extendida y rica fauna de salidos, degenerados y demás tropa de pervertidos que lamentablemente inunda la red. Muy por el contrario, y pese a lo que con evidentes malas intenciones pudiera insinuarse, doy fe por mi conciencia y honor de que mi única y más sincera motivación ha sido siempre y en todo momento la de reflejar en estos textos, y de forma académica, aséptica, cual tesis doctoral, y carente de maliciosos pensamientos, algunas experiencias psicológicas y somáticas que, de seguro, estimo que serán de gran interés para la comunidad de especialistas dedicada al mundo de la más rigurosa y seria sexología. Apártense, pues, de este artículo –y se ruega notifíquese al moderador en caso contrario– las legiones de obsesos, babosos y pajilleros compulsivos que con malsanas, impuras e inconfesables intenciones pululen por aquí esperando encontrar, de forma gratuita, lo que de otra manera tendrían que comprar por triplicado, en esos, ahora de moda, ladrillos presentados en forma de literarias y obscenas trilogías.
Hecho el anterior preámbulo, a modo de necesario y purificador exorcismo que aleje toda duda sobre la pulcra rectitud de mi proceder, tócame ahora confesarme. Bien, traguemos saliva, y vamos allá... Es un hecho empíricamente constatado que mis fantasías sexuales han experimentado variaciones a lo largo del devenir del tiempo; que aquello que me ponía hace años ya no me seduce tanto, y que las perversiones que al principio no parecían impactarme, desatan ahora en mí la más profunda excitación erótica. ¿Cambios hormonales? ¿Excesivo consumo de soja con fitoestrógenos? No lo sé. ¿Le pasa lo mismo al resto de la gente? Lo ignoro, y aprovecho la ocasión para preguntárselo públicamente a mis distinguidas lectoras. Pero dejemos de divagar y centrémonos en mi historial de execrables y oscuras fantasias, que para eso estoy aquí, y supongo que también por eso y no otra razón es por lo que me leen . Corrían los primeros años de este presente siglo XXI, cuando a través de internet, y por inocente, ingenua y pura casualidad, encontré en la red un tipo de rueda que atrajo mi atención. Desde entonces quedé obsesionado con aquella, tanto que –y nunca mejor dicho– no hacía más que darle vueltas y vueltas al asunto, especialmente a esas horas en las que las personas honestas y responsables se disponen a descansar con la sana intención de madrugar al día siguiente. Yo, en cambio, y comportándome de forma totalmente opuesta a como lo hace la gente decente y con fundamento, en lugar de contar ovejitas dedicaba mis pensamientos a girar y girar en la rueda... Me explico y confieso. Recomencemos, o, mejor todavía, rodemos... En ese sugerente espacio y momento para el afloramiento de mi lado más sombrío y depravado, y que no puede ser otro que el dormitorio y en horas del nocturno reposo, mientras estaba acostado y abrazado a la almohada, he aquí que mi mente comenzaba a excitarse imaginándome que me encontraba en el sótano de una fortaleza aislada en un bosque tenebroso... ¡Uhhhh!... Fuera, la noche sólo se iluminaba con los relámpagos de la tormenta que no puede faltar en toda película de terror, la cual, junto a la intensísima lluvia que caía, así como los ensordecedores truenos, daba lugar a una siniestra música de fondo que retumbaba en las bóvedas de la medieval construcción. Dentro, ¡¡oh, Dios mío!!, entre aves nocturnas y murciélagos, estaba yo, y, como no podía ser de otra manera, inmovilizado... Sí, ahí, en ese sótano tenuemente iluminado por velas, con música de cantos gregorianos que apagaban mis gemidos, me encontraba yo, o, mejor dicho, ahí me imaginaba que me tenía secuestrado una pervertidísima mujer, dignísima amante de Lucifer. Pero, dirán ustedes, ¿qué tiene que ver eso con la rueda de mis pesadillas? Anoten en Google las palabras “wheel bondage” y busquen imágenes de ello... . Sí, no se han equivocado, porque en aquel sótano había una de esas fantásticas y escalofriantes ruedas giratorias de bondage, prodigio de la artesanía más perversa, que, con sus más de 2 metros de diámetro, forrada totalmente en negro y bedesemero cuero, permite crucificar a un sumiso y luego hacerlo centrifugar sin parar, a merced del alma diabólica que domina la escena... Y sí, en esa rueda estaba el que esto escribe, completamente inmovilizado, con mi cabeza encapuchada orientada hacia el suelo, sin nisiquiera poder moverla al estar firmemente sujeta a la rueda con correas, y tener mi cuello inversamente erecto por un altísimo collarín parecido a esos que usan las mujeres-jirafa de Birmania y Tailandia. Subamos la vista y contemplemos lo que sucedía en el hemisferio norte de aquel planetario, donde mis piernas aparecían dirigidas hacia arriba –bien abiertas– haciendo la V de la victoria. En cuestión de indumentarias, el color negro de la rueda hacía juego con la también subsahariana tonalidad de mi vestido de látex, no descubriéndose ninguna parte de mi cuerpo. ¿Dije “ninguna”? Rectifíquese, y corríjase “casi ninguna”, aunque sin entrar en detalles ruborizantes, pues no pretendo escandalizar a mi audiencia de educadísimas y virtuosísimas seguidoras. Retómese la respiración y prosígase con nuestra narrativa de este drama de la vida real. Decía que, entre otras consecuencias de mis ataduras, había perdido también en dicha rueda la capacidad de hablar, pues mi boca se encontraba colmatada con una mordaza hinchable, que, con extremo sadismo y crueldad, me había introducido aquella despiadada Dominatrix, luego de cerrarme la nariz con sus dedos terminados en larguísimas uñas de vivo color carmesí, y ricamente adornados con multitud de anillos de plata rematados de preciosas turquesas, consiguiendo así que yo, sofocándome al no poder hacer uso de mis fosas nasales, abriese mi boca, aprovechancho entonces la susodicha para introducir a continuación –¡¡cuánta malicia!!–, aquella herramienta destinada a imponer el voto de silencio. Fuss..., fuss..., fuss..., se escuchaba al inyectar la Mistress el aire en la bola que, dilatándose cada vez más, iba apagando mis desesperados lamentos. Completábase mi total inmovilidad con la ceguera que me provocaba un antifaz. Y en cuanto a mis piernas, aparecía calzado con unas botas de punta, de las llamadas mosqueteras, de napa negra, suela roja, y provistas de altísimo tacón extrafino. Finalmente e intensificando todavía más mis restricciones, mis manos carecían de la capacidad de abrirse o cerrarse, al estar enfundadas en guantes especiales que impedían el movimiento de los dedos. Así de espeluznante y dantesca –¡¡ah, pobre y desdichado esclavo!!– era la ambientación que precedía a la pedagógica y lasciva disciplina que vendría a continuación. Y ahí estaba ella, desbordante de elegancia, glamurosa, a la que no podía ver, pero sí escuchar como se acercaba lentamente hacia mí, con aquel sensual taconeo de sus maxibotas que el eco de la estancia amplificaba a medida que se aproximaba a su víctima (toc-toc..., tooc-tooc..., TOC-TOC..., TOOC-TOOC...). Seguidamente, la Dómina, ataviada con un mono de cuero negro, cubierto parcialmente su rostro por una capucha a lo catwoman, piercing en la nariz, labios y larguísima melena rojo fantasía recogida esta última en cola de caballo, perfumes de Weleda (pues era una ecoDómina y, ¡oh, harta rareza en su especie: no fumaba!), ademanes de extremada parsimonia, dulce y educada voz, suaves modales, además de un perverso y ritual refinamiento, comenzaba a llevar a la práctica aquella coreografía digna del mismísimo Maligno. La Mistress alternaba las caricias –¡ummm!– con sus contrarias sensaciones, pinzando primero –¡ay!– las partes más puntiagudas de lo que escondía el precioso sujetador color púrpura que yo llevaba bajo mi traje enterizo de látex. Luego, empleándose con evidente saña, inició un rítmico, circular e “in crescendo” movimiento de sus manos, con las que, empuñando un flogger de múltiples cintas, acertaba con diabólica precisión a descargar sus andanadas en aquel único sector de mi cuerpo sin cubrir de látex, y en el que se da la preciosa circunstancia de ser el punto donde mejor se distingue la natural diferencia entre hombres y mujeres. No acababa en ello la terapia de esta Domadora para introducirme en el mundo de la adoración a la feminidad, ya que poco después –y para mejor iluminar la zona– dejaba derretir, gota a gota, una vela en tal especial lugar. Por último, y entre risas sardónicas, la infame Dómina pasó a comprobar, en clase de física práctica, la conductividad eléctrica que en el mismo sitio podía experimentarse. ¿Sueños míos? ¿Delirios? ¿Alucinaciones? No únicamente, pues he de confesar que tuve la inmensa desgracia e infortunio de llegar a padecer en vivo lo que he narrado . ¡¡Oh, sublime escena de terribles suplicios, frenesí de tormentos y tristísimas ataduras de depravación!!...
Despertemos. Volvamos a la realidad, y admitamos que también es verdad que quizá era más el ruido que las nueces, o que el morbo de la fantasía está en pensar en la misma, más que en llevarla a la práctica, porque reconozco que aquella experiencia tampoco me sirvió para llegar al Nirvana, ni al soñado “subspace” que la Sumo Pontífice de la Dominación Femenina, nuestra venerable Elise Sutton, profetiza para los fieles que lean –después de comprar – sus libros y sigan sus doctas y magistrales enseñanzas, y a semejanza de las tierras prometidas, paraísos celestiales y colectivismos sin clases sociales que todas las religiones prometen a sus seguidores (http://dominacionfemenina.blogspot.com. ... elise.html). En cualquier caso, la parte terapéutica de aquella sesión del curso de iniciación a la dulcísima servidumbre amorosa reside en que una vez que has probado la fantasía, te quedas como más relajado, más tranquilo, más sosegado, advirtiéndose que estoy hablando siempre en el sentido espiritual de estas palabras, y no en el de sus sinonimias relativas a lo que temporalmente se experimenta en el postevacuatorio intestinal. Sin embargo, lo dicho hasta aquí no me impide reconocer que yo, que soy un yonqui del romanticismo, he fantaseado igualmente pensando en estar acompañado de una chica, muy cogidos de la mano y abrazados, y, ¡ahhh!, herejía no admitida por algunas personas: apoyar mi cabeza en su hombro buscando ternura. Tanto la rueda de bondage como el romántico encuentro son formas de interactuar eróticamente, con la única diferencia de que la primera no está aceptada socialmente, mientras que la segunda sí –aunque no siempre–. Y por extraño que parezca, pienso que ambas formas de sexualidad son perfectamente compatibles y hasta complementarias. ¿Friki? ¿Locura? ¿Extravagancia por mi parte? Pero vamos a ver. ¿No es cierto que los chicharreros divinizan su Cruz apodándola “Santa”; le dedican un día del mes de mayo; se visten de magos y bailan a cuenta de ella; la hermosean con flores, y hasta la sacan en procesiones? ¿Y no es verdad también que, de modo solemne, al jurar su cargo, Su Majestad (que Dios guarde) lo hace ante un geyperman claveteado a una cruz bonsái? Entonces, ¿quiere alguien explicarme el motivo de que mi gusto por ser crucificado en la rueda giratoria de bondage sea una “perversión” y algo escandaloso que no deben ver los niños, so pena de ser tachado de inducción a la corrupción de menores, mientras que la sádica –pues no es consensuada–, macabra y necrofílica representación de martirizar, crucificar y alancear hasta la muerte a un cristiano –y nunca mejor dicho– es visto como algo piadoso, al tiempo que se promueve, con no disimulada pretensión proselitista, que los menores de edad participen de la “escena”? No, no creo que sea cuestión de locura, ni de los santacruceros ni mía, sino que más bien diría que es una particular forma de cada cual de entender el relativísimo concepto de la pasión amorosa, ya sea amor místico o amor carnal. Pasión por la persona amada, en lo que se refiere al amor terrenal, y de igual manera que nos excita pensar en ser forzados por alguien al que deseamos, pero no nos haría maldita gracia ser violados por desconocidos en la vía pública. Como ven, sigo insistiendo en el amor como motor que hace girar al mundo –y mi rueda –, y no sé, será que yo soy muy distinto al resto de los varones, pero ese mensaje que da título a ciertos libros de autoayuda, del tipo “Por qué los hombres quieren sexo, y las mujeres necesitan amor” nunca llegó a convencerme del todo. Pienso, por el contrario, que en una relación con una mujer de la que estuviese enamorado podría vivir sin sexo (léase penetración) pero no sin amor. Así que una de dos: o bien aquel título del libro responde a un tópico más falso que el pretendido talante democrático del number one podemita, o bien que dicho supuesto es cierto, en cuyo caso la única explicación que se me ocurre sería aventurar la hipótesis de que, como sospecho, y me encantaría confirmar, mi cerebro tiene más neuronas femeninas de las que cabría esperar en especímenes de la talla XY. (http://press.endocrine.org/doi/full/10. ... .85.5.6564). En fin, acábese con la disertación existencial, no hagamos dormir al personal como si estuviésemos ante un estéril debate parlamentario, y sigamos contando con pelos y señales, y desde el diván, esas vergonzantes experiencias que tanto me turban.
Con el pasar de los años, y no sé si por aquello de ir convirtiéndome en un viejo verde, mis parafilias han evolucionado más hacia el mundo de la feminización y del control de la sexualidad del sumiso. Respecto a lo primero, tendría que decir que determinar si la feminización es una “fantasía sexual” es algo difícil de analizar con cierta objetividad. Si partimos del supuesto teórico según el cual una fantasía sexual es toda aquella imagen con contenido erótico que nos representamos en nuestra mente cuando estamos sexualmente excitados, lo mío sería tanto una fantasía como algo que tiene que ver con la propia identidad. Porque lo cierto es que cuando salgo a la calle me calzo unos tenis Reebok blancos de los modelos Princess o Freestyle Hi, diseñados para chicas que hacen aeróbic, y me pongo también una chaqueta de color fucsia igualmente concebida para una clientela femenina, pero no tengo excitación sexual alguna en tales momentos. Simplemente me siento más cómodo psicológicamente, más a gusto conmigo mismo. Eso no quita para que la feminización, con lo que de fetichista conlleva, pueda también ser un ingrediente importante en cualquier escena de Dominación y sumisión. En fin, supongo que en esto las chicas podrán comprenderme, pues ellas saben por propia experiencia que el tópico de la mujer que se pone tacones pensando únicamente en ligar es falso en la mayor parte de las ocasiones, pues en realidad y casi siempre lo que se busca es hacer un ejercicio de autoafirmación femenina, o sentirse guapas, sin mayores pretensiones. En cualquier caso sí es cierto que en mi fantasía ideal, la escena bedesemera incluye ser feminizado, aunque nunca entendido como un castigo o humillación, sino más bien por su altísimo componente fetichista. No obstante, hay que hacer notar que si la feminización fuese exclusivamente una fantasía preorgásmica más, es presumible que, pasada la excitación del momento, decayese el deseo de vestirme de tal manera. Eso no sucede, lo que me lleva a concluir en que no hay sólo erotismo, sino también deseo de sacar fuera mi auténtica identidad. Si fuese lo primero, mis fantasías durarían menos que las criadas del Marqués de Sade, pero si el deseo permanece es porque aquel sentir va mucho más allá de preparar un ambiente adecuado para cualquier actividad de lo que habitualmente se entiende por sexual.
Todo el sermón anterior tiene que ver con mis fantasías de sumisión. Pero alguien podría señalar, y no le faltaría razón, que un verdadero sumiso debería soñar más con qué hacer por su Dueña, y no tanto en ser él mismo el centro de la relación dándole trabajo extra a ella, pues, se supone, debe ser su musa emocional quien realmente reciba todas las atenciones que se merece, y alrededor de lo que todo gire. Sí, ya sé que se entiende que ella también disfruta aplicándome aquellos particulares tratamientos de los que he hablado más arriba. Pero no todo tiene que ser actividad de su parte, y se supone que habrá otros momentos, en los que, por fatiga o porque simplemente le de su real o republicana gana, adopte un rol “pasivo”, en la medida que se abandone a recibir besos y adoración por su esclavo. Pero, ¿qué masajes podré darle si estoy totalmente amarrado? ¿Cómo podré pintarle las uñas, si mis manos están inmovilizadas? ¿Cómo podré lamer, saborear y degustar, cual exquisito gourmet, la parte cóncava de su particular V invertida? He aquí que entro de nuevo en trance, y mi fantasía de la rueda giratoria de bondage vuelve a dar otra vuelta de 360º, y me imagino que, estando cabeza abajo, mi Diosa me libera de la mordaza, no para detener la terapia reeducadora de tercer ciclo de Ciencias de la Feminofilia, sino para intensificarla en su grado máximo, por lo que inmediatamente empuja mis labios, lengua y boca hacia aquella parte de su anatomía donde mejor rendimiento tendría mi oratoria, consiguiendo así mi total entrega a su dicha y placer, convenciéndome con su utilísima y persuasiva docencia, que mi función en la vida consiste únicamente en hacer feliz a una mujer. En efecto, el sentido de la sumisión es ser consciente de que estás haciendo disfrutar a otra persona. Ella azotando sabiamente donde bien sabe que estimula a su sirviente, y con la intención de lograr un nuevo record al conseguir superar la marca de los 300 lenguetazos por minuto por parte de su querido y fiel sumiso. ¡¡Oh!! ¡¡Cuánta sensualidad desbordante en medio de divinas torturas!! ¡¿Se puede concebir mayor intensidad, éxtasis y desenfreno amoroso?! ¡¿Es posible tan magna explosión de lujuria, pasión y perversión entre dos amantes?! Luego, pasada la tempestad amorosa, calmado el cuerpo de mi Señora tras los sucesivos e interminables seismos con epicentro inguinal que hicieron vibrar todo su cuerpo, llega la hora del siempre merecido descanso en su lecho rebosante de almohadones, no antes de ser convenientemente bañada entre espumas y perfumes por parte de su siervo, y en un ambiente deliciosamente rebosante de efluvios de sándalo y otras sustancias aromáticas, acompañado por una ténue y casi imperceptible música de relajación, al tiempo que se extinguen las pocas velas que no se usaron para derramar su cera sobre la piel del esclavo. Después de lo anterior sólo habrá que esperar el más dulce de los sueños para la Reina de la casa, que llegará insensible entre masajes de su sumiso, habiéndole previamente instalado a éste el dispositivo de castidad, convenientemente lubricado con unas gotas de tabasco , para que cuando duerma a los pies de su Ama no deje de seguir pensando en ella, sin desperdiciar sus energías eróticas recurriendo al nefando, pernicioso y abominable vicio onanístico . Entramos, pues, en la última modalidad de fantasía a la que me había referido más arriba: la del control de la sexualidad del sumiso. Matizo, además, que la reinstalación del CD-6000s en la genitalia del individuo servil, no supone que éste hubiese estado libre de tan útil y maravilloso artilugio por mucho tiempo, pues sólo se le había retirado estando ya en la rueda de bondage, después de llevarlo puesto por prescripción facultativa durante muchas e interminables semanas seguidas, y con la misma finalidad que cualquier estudiante memoriza sus apuntes con vistas a pasar un examen. Traduzcamos a nuestro contexto: que el sumiso debe acumular energías eróticas para que, llegado el momento, su Guía, Maestra y Dueña las pueda rentabilizar como explosivo combustible hormonal en el siempre duro ejercicio de la doma y adiestramiento del novicio, hasta convertir a éste en un auténtico semental de la lingüística. Por eso hay que dejarle claro y recordarle al aspirante al dignísimo título de esclavo que si se le ha despojado de tan original y revolucionario aparato restrictivo, ha sido sólo momentaneamente, y por estrictas necesidades del servicio, a efectos de poder aplicarle sin obstáculos físicos la terapia adecuada que la Doctora en Dominación ha considerado esencial y necesaria en tan especial lugar, para con ello estimularlo en su cometido, que no será otro, como ya se ha dicho, que su máximo rendimiento en habilidades políglotas. Por cruel que parezca a las personas de corazones sensibles y espíritus permisivos o pusilánimes, no hay mejor garantía para que una mujer pueda ser feliz, que, siendo ésta totalmente inflexible, frene de forma tajante y con determinación el previsible, a la par que deleznable, zoológico instinto masculino de realizar el típico e inconfundible ejercicio gimnástico con su pelvis, expresado en aquel conocido y reprobable movimiento alterno de flujo y reflujo, y que inevitablemente traerá como triste y fatal consecuencia el debilitamiento de la libido del sujeto, una vez haya éste descargado su lácteo fluido. ¡No, y mil veces no! El Ama que se precie no debe ceder por nada del mundo a las pretensiones eyaculadoras de su esclavo, castigando con rigor y energía, fusta en mano desde un principio, la más mínima insinuación, súplica, o incluso inconsciente goteo seminal, que su siervo pudiese plantear o experimentar, con la infame, y condenada al fracaso, pretensión de evacuar su exceso de látex, ya que en la castidad absoluta y a perpetuidad de su sumiso reside la dicha de la Dómina, y por extensión de quien tiene la inmensa fortuna de servirla. Es más, el Ama ha de emplearse a fondo con la fusta aunque el sumiso no haya mostrado seña alguna de desear eyacular, flagelándolo con contundencia simplemente a modo de vacuna preventiva, que le servirá de eficaz argumento disuasorio frente a posibles debilidades de espíritu en la atormentada mente del siervo, recordándole a éste el debido celibato al que le obliga su condición de esclavitud sexual. Ya llegará, a su tiempo y por puras razones sanitarias, el momento para el higiénico y necesario ordeño del sumiso, recurriéndose si es preciso y para ello, a la versión FemDom del pecado sodomita, para lo cual bien que se cuidará la Mistress de que, movido por la picaresca, el esclavo no encuentre en ello un tosco sucedáneo de su proscrita, impensable y descartada satisfacción uretral. Porque de igual manera que una madre que quiere a su hijo le impone restricciones para que no haga cosas que pudieran herirle o causarle cualquier tipo de daño, una Mistress como Dios –o mejor dicho– el Diablo manda, sabrá hacerle entender a su queridísimo esclavo que si no lo deja tener orgasmos es por su bien y pensando en su futuro; que si le tiene prohibido bombear no es para causarle infelicidad y frustración, sino para todo lo contrario, ya que así, al alejarlo de la tentación egoísta, adictiva e insolidaria del autoplacer masturbatorio, pueda llegar a aceptar que nunca más volverá a conocer el zafio, burdo y deplorable goce de la eyaculación, pero ganando, por el contrario y a cambio de aquello, el inmenso premio de poder compartir emocionalmente los orgasmos de su Dueña y Señora, que él se encargará de proporcionarle por otros medios distintos a los que la tradición manda. Reflexionemos por un momento, y a modo comparativo, en el sanísimo funcionamiento interno de los partidos políticos; tomemos en consideración las sabias enseñanzas que de los periódicos ejercicios de regeneración se opera en los mismos, donde merced a enérgicos enemas se consigue liquidar a errejonistas y a cualquier otra perniciosa y nociva flora instestinal que podría perjudicar gravemente a la indiscutible, luz que todo lo alumbra, e infalible figura del Querido Líder de turno. Es precisamente gracias a la práctica del beso negro en sentido jerárquicamente ascendente que se logra el pleno funcionamiento de esas organizaciones, lo que no impide que los roles se inviertan cuando se trata de comportarse con los individuos situados en escalafones inmediatamente inferiores. Traslademos, por consiguiente, al mundo de la orgasmia comparada el mismo criterio, de tal manera que si ellas pueden gozar más, centrémonos en ello, exprimamos al máximo tal posibilidad, y renunciemos al marginal y efímero placer masculino que, como globo que se deshincha, sólo sirve para arruinar la, de otra manera, imparable dinámica lujuriosa femenina. ¡¿Hay acaso otro modelo de relación de pareja más refinado, eficaz y excitante para conseguir esa tan ansiada plenitud amorosa entre dos personas que viven una relación totalmente desigual pero en beneficio de ambos?! ¡¿Hay alguna otra forma de placer espiritual para el sumiso que, comprobando éste por sí mismo que al renunciar a un placer pasajero y momentáneo, gana a cambio el reconocimiento de su Ama; que le premiará su renuncia con afecto y reforzando las ataduras físicas y del alma que lo unen a ella?! ¡¿No es más lógico renunciar al fugaz y más tarde frustrante orgasmo masculino, si, a cambio de ello, se puede intensificar hasta límites insospechados los cualitativa y cuantitativamente explosivos orgasmos femeninos?!
Suena el despertador; estamos a finales de marzo, y han adelantado la hora; volvamos al mundo real; dejémonos de soñar, y abramos los ojos; situémonos por un instante en la realidad, y pongamos los pies –o mejor los taconazos– en la tierra, y confesemos que no contamos con datos estadísticos que nos permitan constatar que una pareja con unos usos y costumbres amorosos como los hasta aquí descritos tiene más éxito emocional y dura más en el tiempo que una pareja “vainilla”. Pero tampoco me importaría que fuese lo uno o lo otro, porque de lo que se trata es de poder sacar fuera lo que hay dentro de cada cual, y ya luego la práctica nos irá diciendo si la estrategia funciona o no. Y es que en eso consiste la exploración, de igual manera que probamos platos nuevos de comida o visitamos lugares desconocidos. Y por muy extrañas que resulten, en realidad todo esto que estoy contando no son otra cosa que fantasías románticas aderezadas con fetichismo y deseo de poseer o ser poseído en grado sumo, o lo que es lo mismo, amar y ser amado hasta casi morir de amor. ¡¡Ummm, sentirte fuertemente abrazado, inmovilizado, deseado por la persona amada!! ¡¡Delicias refinadas para satisfacción de personalidades sibaritas que gustan dejar que vuele su imaginación!! ¡¿Acaso no está totalmente aceptado el supuesto de que cuando una mujer está locamente enamorada de su amante, clava sus uñas en la espalda del mismo, y labra en ésta múltiples y paralelos surcos color granate, cuando, de forma salvaje, ensamblan y funden sus cuerpos en un abrazo de intensísimo amor?! ¡¿Es que nadie ha contemplado alguna vez esas comprometedoras marcas que han dejado en el cuello o los hombros de angelicales y virginales doncellas las mandíbulas de un amante fogoso, y de las cuales, ella, aunque un tanto ruborizada, no esconde su orgullo por llevarlas?! ¿No es cierto también que los más afortunados y elegidos de entre los devotísimos fieles de la Semana Santa de la ciudad de La Laguna se agrupan en torno a la cofradía llamada Esclavitud del Santísimo Cristo, denotando con ello su no oculto deseo, surgido de un inmaculado, puro y prístino amor, de ser flagelados, exhibidos públicamente y crucificados, a imagen y semejanza de su Señor? Pues eso, que las fronteras entre, por un lado, el amor místico y romántico, y por otro lado el BDSM, son extremadamente difusas, sutiles e imperceptibles, confundiéndose entre sí, no sabiéndose en ocasiones donde termina lo uno y donde empieza lo otro. Y lo mío es igualmente otro tanto de lo mismo, sólo que variando roles, estéticas y prácticas, siempre buscando originalidad, como se hace con los ingredientes de un exótico plato gastronómico. Por eso concluyo y sigo insistiendo en que todo esto es ¡amooor!, castísimo, dulce y tierno amor, que comienza con revoloteo de mariposas y cantos semicelestiales de pajaritos en un paisaje bucólico de nuestra campiña, y que termina, totalmente desenfrenado y fuera de sí, entre música de heavy metal y estrépito de cadenas, en una oscura mazmorra especializada en los diabólicos placeres bedesemeros . Sí, creo, exalto y bendigo el amor romántico como fase previa a la locura de la total entrega y sumisión erótica, y lo hago porque lo he sentido, padecido y me ha dejado secuelas; y creo en su origen biológico, que no cultural, como pretenden hacernos creer –quizás porque nunca lo han experimentado– las nuevas teólogas y catequistas de género y demás religiones laicas de sustitución (http://www.pikaramagazine.com/2012/11/l ... triarcado/), a las cuales, confieso, me encanta hacerlas rabiar .
Amén