En primer lugar, esta humilde, inexperta, pero voluntariosa sumisa desea darle las gracias a la fuente de Inspiración de este relato; mi Tentación; mi Tormento, mi Maestro, mi Amo.
Señor Amo-Lan espero que lo disfrute!
Me levanto, me siento, me levanto de nuevo, recorro el pequeño apartamento una y otra vez... Dios mío, no puedo estarme quieta...
Se acerca el momento, ÉL está a punto de llegar y yo siento que flaquea mi coraje. ¿Habré tomado la decisión correcta? ¿No será una locura citarme con alguien al que conozco únicamente a través de sus mensajes?
Suena el timbre.
El pánico se apodera de mí, ya no hay vuelta atrás...
Temblorosa, sujeto el pomo y le doy la vuelta. Ahí está ÉL, con su porte tranquilo y su mirada penetrante.
Doy un paso atrás y le saludo tímidamente... Mi voz tiembla y me sonrojo... Dios mío, creo que voy a sufrir un colapso.
Cruza el umbral, devolviéndome el saludo, con una sonrisa serena, conocedora de todos mis miedos. Cierra la puerta y se apoya en ella, recorriendo con la mirada el acogedor apartamento que he preparado a conciencia, deseando que sea de su agrado...
Espero complacerle al llevar el vestido que ÉL quiere que me ponga, con las medias oscuras que requiere y las braguitas nuevas que me dijo... sin sujetador, tal como me ha pedido. Petición que me hace sentir extremadamente vulnerable... -¿Le agradarán unos pechos que han sufrido el proceso de la lactancia? -me pregunto-
Sus ojos acaban centrándose en mí... Me mira, camina a mi alrededor inspeccionándome; levanta mi falda sólo para comprobar que he seguido sus instrucciones; acaricia mi trasero para notar el tacto de mis braguitas... entonces le veo sonreir y sé que todo está a su gusto.
Me invade una sensación vertiginosa, mis pezones responden y se marcan a través de la tela del vestido. ÉL reconoce la respuesta de mi cuerpo y me da una palmada de aprobación.
Siento la sangre que se agolpa en mis oídos y apenas me doy cuenta de que me está hablando... Ha traído un regalo, -me dice...-
Tiemblo de inquietud, pues conoce mis más oscuros secretos y las fantasías que deseo llevar a cabo; conoce la especial sensibilidad de mis pezones, lo que me excita que los someta a castigo; sabe cómo tiembla mi cuerpo cada vez que pinzo los labios de mi sexo; cómo se expande mi clítoris, como me humedezco...
Me guía amable, pero firmemente al centro de la habitación, donde abre la caja de los sueños... Trae un montón de pinzas. Mis pupilas se dilatan, mi cuerpo tiembla.
Me ordena que me retire la parte superior del vestido.
Se coloca a mi espalda... Es perturbador, no puedo verle, pero siento su ardiente aliento quemándome la piel. Suavemente, masajea mis pechos imprimiendo más fuerza por momentos, esquiva mis pezones volviéndome loca... finalmente los apresa, tira de ellos consiguiendo que el dolor que siento se torne en un veloz rayo de deseo que explota entre mis piernas. Sin prisa, va colocando las pinzas, una a una a cada lado del pezón. Cada pinza que coloca, viene acompañada de un atormentador pellizco en el pezón.
Realiza el mismo proceso en el otro pecho. No puedo evitar estremecerme con la presión de cada nueva pinza sobre mi cuerpo.
Su voz ronca y dura me exige que me levante la falda por detrás.
Lo voy haciendo despacio, avergonzada, rogando que no repare en la humedad que desborda mis braguitas... ¡¡¡Cómo si pudiera pasar desapercibida!!!!
Su mirada disfruta el lento recorrido que sigue mi falda, sobrepasando mis muslos, la suavidad de mis curvas, dejando mis nalgas expuestas, cubiertas únicamente por mis diminutas braguitas.
Coloca mi falda de tal modo que queda en esa posición y observa mi humedad. Desliza su mano hacia mi centro, pasa sobre la ropa interior, retira la braguita y abre los labios; acaricia mi clítoris que crece en su mano, lo coge entre sus dedos, pellizcándolo y continúa el recorrido hacia la parte posterior... Hace presión para abrir el estrecho agujero...
Me tenso al sentir una aguda quemazón, logro balbucear
-Mi Amo, yo no... nunca...
Su voz grave, entrecortada, me recuerda porqué quiero abandonarme a su placer y me anima.
-Puedes hacerlo, no te tenses...
Procede de nuevo. El dolor me atenaza, no obstante, deseo ante todo su satisfacción. Aguanto el primer fogonazo de terror y, poco a poco, al dolor se le une una perturbadora excitación.
Dejo escapar un gemido. Mi cuerpo se aprieta contra el dedo invasor, intentando salir a su encuentro...
ÉL me retiene... Todavía no ha llegado el momento, susurra roncamente en mi oído. Extrae lentamente su dedo, que va deshaciendo, deliciosamente, el camino de nudos.
Me deja en ese estado de excitación, preparada para recibirle, caliente, húmeda y expuesta.
Me lleva hacia la pared para atarme las muñecas y las sube hacia el techo, dejándome amarrada con mis pechos en alto. Con el movimiento, puedo notar cómo las pinzas se van moviendo, pellizcando y atormentado mi sensible carne.
Me arqueo tratando de aliviar el dolor, cuando comienza a retirarlas... Me premia masajeando mis pechos, pero la deliciosa tortura no ha finalizado; mis pezones reciben el tormento de las pinzas...
Al mismo tiempo, me baja las braguitas suavemente, olvidándolas a medio camino, quedando mis nalgas al descubierto.
Unos azotes acompañan esta acción. Noto como la piel de mi trasero se va calentando con cada palmada que se estrella contra él, implacable.
A estas alturas ya no puedo contener mis suspiros y quedos gemidos.
El silencio hace acto de presencia, se detienen los golpes...
Su mano avanza abriendo mis piernas en busca de la preciada humedad. La mano libre se dirige de nuevo a mi entrada oculta; la acaricia, la abre, se hunde por segunda vez... mi cuerpo empuja, se mueve... Retira un dedo para, seguidamente, penetrar el mismo lugar con dos perversos dedos que añaden un abrasador tormento. Tampoco se olvida de mi clítoris... Mi cuerpo brinca, noto una presión, un pellizco, va colocando otras pinzas en los labios de mi sexo... Noto la avasalladora presión, cómo tiran con cada uno de mis movimientos.
Me sumerjo en esas sensaciones y noto una palmada tras otra.
Continúa con los azotes.
Mi cuerpo se estremece; los azotes, las pinzas sobre los pezones, las de mi sexo... con cada nuevo azote, bailan sobre mi cuerpo. A cada nuevo azote, los gemidos son mayores, el trasero visiblemente sonrosado, la entrepierna húmeda, los pezones sensibles...
Dirige sus dedos a mis labios. Me ordena que los moje bien, que los lama, notando cómo entran en mi boca, cómo acarician mi boca y que les pase la lengua a conciencia para dejarlos bien empapados...
Me abre las nalgas, mientras sigue con los azotes. Desliza un dedo entre ellas, empujando, abriéndome.
Lo noto dentro, apretando, como se mueve dentro de mí mientras siguen cayendo azotes.
Mi cuerpo se ve asaltado por multitud de sensaciones; siento la tensión de cada azote, el calor, el movimiento de las pinzas, cómo entra el dedo... Los suspiros se entrecortan, la respiración se acelera, los gemidos son mayores...
Digo: Soy su zorra...
Lo voy repitiendo una y otra vez. Sé que es lo que ÉL espera, la aceptación de ese momento cerca de la cumbre, el abandono.
ÉL me dice; -Sí, eres mi zorra, mientras retira el dedo y dirige su dura erección a la estrecha entrada, adentrándose lentamente, hundiéndose por entero en mi estrecho canal.
Eres mi juguete, susurra mientras me penetra. Su otra mano trabaja sobre la parte delantera entre las pinzas, el clítoris. Lo masajea, lo pellizca...
Noto su dura carne en mi interior, empujando, mi cuerpo le sale al encuentro, la necesito bien profunda...
Contesto, sí mi Amo, notando como se tensa dentro, aumentando más su tamaño, si eso es posible. Todo mi cuerpo, al unísono, responde
-Sí, mi Amo... Sí, mi Amo... Voy repitiéndolo, cada vez más rápido, más entrecortado, llegando al límite.
Me sujeta firmemente clavando sus dedos en mi cadera y empuja más adentro, empalándome, llenándome con su turgente carne.
...
Y ahora, si me disculpan, voy a darme una ducha bien fría...