Hay personas que te dicen: "¿tú por dónde paras?" Y con dicha pregunta, incomprensible para un no nativo, quieren indagar cuál es el bar en el que habitualmente pasas tus horas libres. Yo, sinceramente, no nací para la vida nocturna, así como lo que se suele entender por "salir", por lo que preguntarme por tal o cual pub es como si me preguntan por cúal es el estilo que se lleva esta temporada en moda masculina

. Cuando no hago senderismo, me dedico a alternar entre dos lugares. Uno es la sala de estudio del TEA, en Santa Cruz, y el otro (u otros) son los centros comerciales, siempre buscando novedades en cosas de trapitos y calzado. En fin, esos vicios que supongo que alguna de mis lectoras comprenderá a la perfección. Uno y otro tipo de espacios tienen características en principio totalmente opuestas. Se supone que en la biblioteca debe reinar el silencio, mientras que en el centro comercial es el bullicio y las canciones de Lady Gagá y similares lo que se oye en cada local de ropa de moda, y lo que llena el ambiente. Pero en la práctica, en el TEA también hay ruidos, unos para bien, y otros para mal. Empezemos por los segundos. Cada vez que llega el otoño, con su inevitable bajada de las temperaturas, aparecen los consabidos resfriados. Y claro. No sé si será porque el personal está muy concienciado acerca de la conservación de los bosques, pero parece que se ha perdido la sana costumbre de utilizar los "kleenex". Total, que a veces la sala es un continuo y reiterado sonsonete de "sniff..., sniff..., sniff..."

¡¡Por Dios!! ¿¡Es que no saben sonarse!? Pero dejémonos de ahondar en temas más o menos escatológicos

, y mudémonos ahora a comentar cosas de buen gusto, como aquellos otros ruidos, o mejor dicho sonidos, que pueden alegrar el alma. Naturalmente que me refiero, y como no podía ser de otra manera, al taconeo. Sí, sí, esa rítmica percusión que activa mi sistema sensorial, avisándome que una fémina se acerca. Porque señoras (y señores), de igual forma que hay gente que puede adivinar la marca de un coche simplemente al oír el tipo de ruido que produce el motor de un automóvil, yo creo que también podría aventurar el tipo de calzado que lleva una chica, simplemente afinando el oído, y sin necesidad de usar mis ojos. Porque no es lo mismo el repiqueteo de los tacones de aguja, un "tic..., tic..., tic...", que los martillazos de los tacones de grueso calibre de unas botas camperas, que suenan como un "toooc..., toooc..., toooc...". Después está aquel otro sonido suave, casi imperceptible para las personas normales -entre las que no me encuentro- que consiste en esas pisadas con silenciador de las chicas que, para no llamar la atención, se dedican a pasar por la sala caminando de puntillas, evitando que el tacón impacte en el suelo, y atraiga hacia sí las miradas de los que teóricamente están estudiando. Este último grupo de taconeadoras me resulta particularmente seductor. Al caminar de puntillas, la chica eleva aún más el talón, por lo que en la práctica, si ya tenía 10 cm de tacón real, tiene ahora otros 5 cm de tacón virtual. El resultado final es que encuentro su andar mucho más femenino, y próximo al de una bailarina de danza de vientre. Además, al desplazarse de esa forma, se reduce la velocidad del sujeto, por lo que la duración del desfile de modelos, y para mi alegría, se alarga más en el tiempo. Es, por decirlo de una manera, como comparar la depilación a grititos, poco a poco, donde la paciente emite un "uff..., uff..., uff...", con la depilación enérgica de un sólo tirón, en plan "¡¡zaaas..., zaaas... zaaas...!!" Otro taconeo que también aporta paz y armonía a mi espíritu es el de las cuñas, porque no suena igual un tacón de 10 cm que una cuña de igual altitud sobre el nivel del mar. El sonido de las segundas es como un "plaf..., plaf..., plaf..." o como un "plof..., plof..., plof...", en función de si la cuña es de esparto o de un material más sólido, y todo ello sonando de manera alargada, menos puntual, menos aguda, y de mayor duración temporal. Pero quizá el taconeo que, desde que tengo uso de razón, siempre me ha resultado más sugerente es el de los zuecos de madera. Yo, que no soy aficionado a la hípica, siempre he encontrado una gran similitud entre el trotar de un caballo y el inconfundible e inolvidable rumor de una persona calzada con zuecos. Porque oyes como un to-co-toc..., to-co-toc..., to-co-toc...", como si en lugar de llevar 2 tacones llevase 4. En cambio, si hay un taconeo que detesto, y por decirlo de alguna manera más o menos cortés, es el emitido por las veraniegas chancletas

. ¡¡Es realmente horroroso!! ¡¡Parece como si estuvieran arrastrando algo!! ¡¡Qué falta de garbo!! Se oye como un "cha-clap..., cha-clap..., cha-clap..." ¡¡Nunca podría ponerme algo así que emitiese un ruido tan espantoso y de tan escasa elegancia!! ¿Estraño gusto el mío? ¡No lo crean! En la naturaleza son muchísimas las especies animales que recurren al sonido para atraerse entre sí. ¿Para qué canta el canario y los grillos, sino para delimitar territorio y, al mismo tiempo, atraer a los miembros del sexo opuesto? Y, por otra parte, hay personas que abiertamente confiesan que les gusta oír el estruendo de las olas del mar, o escuchar el continuo rumor del agua de una fuente, y, ya ven, no los tomamos por locos. Entonces, ¿qué de incomprensible hay en que a otros nos resulte particularmente grato el que nuestros pabellones auriculares detecten el rítmico sonido del taconeo? ¿No se pasan los jipis horas y horas tocando el tambor, y se supone que para entrar en éxtasis? Además, la armoniosa llegada del "in crescendo" taconeo, como si fuese un "tic..., tiii..., tac..., taac..., toc..., tooc...", y luego su progresiva disipación con los mismos sonidos pero a la inversa, no tiene nada que envidiar a la orquesta más acreditada. Con una diferencia, y es que para escuchar a la segunda hay que pagar, mientras que para el primero Rajoy todavía no lo ha gravado con un IVA por disfrute de placeres sensuales. Añádasele que el taconeo sólo se puede escuchar a muy pocos metros del centro emisor, por lo que sus decibelios no rebasan los límites fijados por las ordenanzas municipales sobre actividades molestas. Nada comparable con ese torturador, real, que no bedesemero, "tooon..., tooon..., tooon..." de los relojes públicos de la iglesia o del ayuntamiento del pueblo, que durante toda la noche, y cada 15 minutos, te están recordando si son las y cuarto, las y media, las menos cuarto, o la hora en punto, aunque uno no tenga interés alguno en saberlo. Lo que me falta por averiguar es si esta extraña filia mía es propia únicamente de individuos masculinos, o si se trata de un placer compartido tanto por hombres como por mujeres. ¿Hay alguna chica en el foro a la que también le resulte seductora la particular sinfonía de nuestros adoradísimos tacones?
Oferta: A la primera que conteste le compro un bolso

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Me gusta el otoño, porque es cuando las chicas usan las botas.