La cultura popular sobre la sexualidad humana está llena de mitos, de tópicos, de medias verdades, de patrañas, y, a veces, de algún hecho cierto

. La única gran diferencia que nos separa ahora de lo que sucedía hace algunas décadas es que en nuestros días se puede hablar de sexo porque te da un aire de modernidad, mientras que antiguamente no se hablaba de esas groserías, y menos comiendo

. Quien hace unos años tocase esos temas corría el riesgo de ser tildado de "pervertido". Ahora le hemos dado la vuelta a la tortilla, y el que corre peligro de ser tachado de "reprimido" es quien no se apunte al tema, y trate por todos los medios de demostrar su acreditada experiencia y sapiencia en todo aquello que tiene que ver con las artes amatorias. Porque, fijémonos. Muchas personas te pueden reconocer abiertamente que "yo de fútbol no entiendo", o "yo de política no entiendo", pero una confesión similar relativa a nuestra ignorancia sexológica sería algo tan vergonzante

, y en los tiempos que corren, como admitir que te gustan más las películas dobladas, y no en versión original, que es lo que a todo individuo letrado

se le supone que ha de decir. Me acuerdo, por eso, que una vez leí una entrevista que le hacían a la ex telefonista de cierto partido político venido a menos, donde esta señora decía que en su casa se habla de sexo incluso en el almuerzo, cuando todos están reunidos. Y uno piensa que hablar se puede hablar de todo, pero otra cosa es que se diga algo que coincida con la realidad. Porque hablar de sexo es como hablar del Opus Dei, que todo el mundo sabe lo que es, pero nadie podría definirlo con precisión.
Súbitamente me he quedado en blanco, como avergonzado de estar perdiendo el tiempo escribiendo sandeces. ¿Saben por qué? Pues porque estoy en la sala de estudios del TEA, en Santa Cruz. Frente a mí hay una chica que está leyendo un libraco enorme con ilustraciones del corazón humano. No sé por qué será, pero parece que los estudiantes de medicina frecuentan mucho esta biblioteca. ¿Dónde está el resto? ¿De marcha? Misterio. El caso es que uno piensa: esa chica sí que tiene mérito. Ella sí que aprovecha su tiempo

. En cambio, yo, mira a lo que me dedico. No sólo a escribir tonterías, sino que encima no tengo remedio, porque ya me he estado fijando en los zapatos que lleva, en los pendientes, en las gafas de pasta que usa. De repente la chica saca del bolso lo que a ninguna mujer actual le falta en dicho lugar: ¡el móvil! Y nuestra futura licenciada en medicina comienza a masturbar el aparato con sus dos pulgares, al tiempo que esboza una pícara sonrisa. Miro a la derecha. Miro a la izquierda

. Compruebo entonces que el 50% o más del personal que ocupa la sala está haciendo lo mismo con sus pulgares. ¿Qué escriben? ¿Qué se dicen? Otro misterio. Ahora respiro con cierto consuelo, pues la estadística en tiempo real me está diciendo que no soy yo el único que en lugar de hacer las cosas que una persona con fundamento tendría que hacer, se dedica a otras tareas que no aportan riqueza y desarrollo a este mundo. Aunque pensándolo bien

, ahí está el que tiene por oficio escribirle los discursos de navidad al cazaelefantes, que seguro que se los pagan a precio de marfil. Yo por lo menos me río con lo que escribo, y no cobro por ello. Pero los del semental de Corinna sólo sirven como sucedáneos de pastillas contra el insomnio

.
Bueno, dejémonos de digresiones, y sigamos con aquello sobre lo que inicialmente quería hablar. Empezemos. Uno de los mitos más grandes sobre la masculinidad consiste en creer que los hombres le tienen miedo a las mujeres que perciben como más inteligentes que ellos. No es la primera vez que oigo de una chica frases como "es que asusto a los hombres". Y no sólo se lo he escuchado a las mujeres, sino que incluso lo dice hasta el mismísimo Eduardo Galeano. Siendo malpensado, uno sospecha que Galeano es consciente que su público lector es básicamente femenino, y que el escritor uruguayo no hace otra cosa que mimar a su clientela. Es exactamente lo mismo que pasa con el ladrillo insufrible de la Trilogía Millennium. Si se trata de una mercancía que va destinada a un determinado público, es comprensible que los editores halaguen a sus potenciales compradores (o más precisamente hablando, "compradoras"), y que además te vendan el mismo tocho por el precio de tres

. Sí, ya sé que quizá yo soy atípico, y probablemente hasta un poco pirado

, pero confieso que para mí, y contra todo lo que se supondría de lo dicho anteriormente, sería todo un orgullo ser pareja de una chica que valiese más que yo. ¡Y ojo! Cuando digo "valiese" me estoy refiriendo sobre todo al factor intelectual. Me da igual que ella sea rica o que se gane el dudoso honor de ser la parada número 6.000.000

. No tengo el síndrome de novio de la Duquesa de Alba

, así que la riqueza material me resulta no ya secundaria, sino totalmente indiferente. Yo, mientras tenga dinero para comer y para darme el caprichito de comprarme algunas botas de tacón, no hay problema.
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, y díganme si no es para caer rendido ante sus pies, y convertirse en su siervo. Porque a mí una mujer así me resulta totalmente seductora. Y no porque pudiese usar un látigo, sino porque la veo como mentalmente superior a mí. Esa combinación de atractivo físico y persona intelectualmente muy brillante me resulta particularmente explosiva. Comprensible. Para ser sumiso o sumisa hay que adorar a la persona que percibes como tu dueña. En realidad toda persona enamorada es sumisa, porque todos idealizamos a la persona amada, y pasaríamos por el aro que aquella nos hiciera traspasar. Y para ello no hace falta estar vestido de cuero negro, porque ya se sabe que el hábito no hace al monje, aunque ayuda

. En realidad el BDSM no es otra cosa que una forma extrema de amor romántico. Amar y ser amado en grado máximo. La consumación rápida del matrimonio aborta la fantasía. En cambio, la espera interminable hace que la imaginación vuele. No es extraño, por eso, que en aquellas culturas donde se practica el matrimonio por acuerdo entre familias; donde no existe el enamoramiento y el cortejo como períodos muy alargados en el tiempo; donde no se da una tradicional contención de los placeres inmediatos de la vida, el BDSM sea algo inexistente. En cambio, en aquellas otras culturas y clases sociales donde se ha exaltado el romanticismo amoroso, y donde se valora la cultura del esfuerzo para llegar a ser alguien importante el día de mañana, sea precisamente donde más arraigado esté el BDSM. Y si no me creen, comparen el número de adeptos (o adictos

) al BDSM entre Inglaterra y Marruecos. ¡¡Uf, en este momento la estudiante de medicina se ha soltado el pelo, que lo tenía recogido!! ¡¡Así no hay quien se concentre en lo que un chico formal tendría que hacer!!

Me gusta el otoño, porque es cuando las chicas usan las botas.