Alexander
N. |
por
Fogosa
Para mi niño odioso:
Se llamaba Alex, le conocí un 3 de
noviembre de una manera un tanto inusual, en un chat. Me atrajo su inteligencia,
su sarcasmo y la más tremenda desfachatez que jamás nadie haya tenido. Sin
lugar a dudas fue un amor a primera vista, en este caso primera lectura. Pero lo
que más me atrajo de todo fue la desinhibición sexual que mi amigo mostraba.
Pasamos muy rápidamente del sexo virtual al sexo telefónico y de ahí, al sexo
real, tan real que aún puedo sentirlo.
Nos citamos por primera vez en mi ciudad,
no demasiado alejada de la suya. Nuestra primera impresión no defraudó
nuestras expectativas, y rápidamente estábamos charlando como dos viejos
amigos que hace mucho tiempo que se conocen. Ni siquiera nos habíamos rozado,
pero entre nosotros había una tensión latente, teníamos algo que resolver
desde hacía ya demasiado tiempo. Aún no sé como salimos de aquel café en el
que nos encontramos, ni tampoco como llegamos al hotel, sólo recobro la memoria
en el momento que estábamos dentro del ascensor que nos llevaría a la habitación.
Recuerdo nítidamente que sus manos ya buscaban ansiosas mi cuerpo y su boca
vagaba buscando la mía.
Nada mas que entramos en la habitación su
cuerpo se dejó caer sobre el mío y empujándome contra la puerta se apoyó
contra mí, para que pudiera sentir la dureza de su miembro que presionaba mi
vientre y mis muslos. Sólo pude gemir, y él me desabrochó la blusa con manos
torpes a causa de la impaciencia y noté su boca en mi garganta, después muy rápido
en mis pezones. Yo comencé a desabrocharle rápido el cinturón, demostrando mi
impaciencia por tenerle, no había tiempo para desnudarnos, no había tiempo.
Cuando él deslizó mis bragas de encaje
por mis muslos, éstas ya estaban mojadas y eran tantas las ganas que sentía de
él, que cuando separó los labios de mi sexo, lancé un grito e hice presión
contra su mano para frotarme contra su palma y los dedos como un animal en celo.
También quería sentir su pene entre mis manos, así que a tientas revolví
entre su ropa para liberarlo, pero una vez que lo sentí no me bastó con eso.
Quería tenerlo dentro, sentir como me
llenaba. Así que le supliqué muy suave al oído que me penetrara, y él muy
obediente me sujetó por las caderas bajándome, mientras arremetía hacia
arriba. Sólo entonces me besó en la boca, lengua contra lengua, sexo contra
sexo. Yo cerré los ojos, pero él me pidió que los abriera y mirara, y para
facilitarme la tarea, se separó un poco de mí. Cuando bajé la vista y observé
aquel magnífico acoplamiento, mi excitación aumentó. A la vez que lo sentía,
veía lo maravilloso que era su miembro entrando y saliendo de mi interior, sin
saber con seguridad si después de retirarse casi por completo, volvería a mí.
Su pene estaba brillante por mi humedad y nosotros cada vez más entregados y
jadeantes. Estábamos a punto de sucumbir a un orgasmo brutal y con un último y
fuerte empujón ambos lo alcanzamos casi al mismo tiempo.
Sólo habían transcurrido veinte minutos
desde que salimos del café.
Fogosa